Se fundó en 1629, bajo la advocación de San Joaquín y con el apoyo económico de los Chaves, llegando a tener una comunidad de 30 frailes en sus momentos de mayor esplendor.
CULTO
Convento


Fundado en 1629 y abandonado en 1835, este edificio religioso, que perteneció a la Orden de los Frailes Agustinos Recoletos, domina desde lo alto el pueblo de Santa Cruz. Y aunque su advocación principal fue la de San Joaquín, contó con otros cuatro altares: el de San José, el de la Concepción, el de Santa Rita (actual Patrona del pueblo) y el del Santísimo Cristo del Perdón (al que se le imploraba para impedir las catástrofes climatológicas y que el año fuese bueno en cosechas).
De todas estas advocaciones, sin duda la que más ha calado en Santa Cruz ha sido la de Santa Rita de Casia, monja agustina beatificada por el Papa Urbano VIII en 1628 y canonizada por el Papa León XIII en 1900. Cada 22 de Mayo, en el aniversario de su muerte, se celebra su fiesta como Patrona de Santa Cruz. El resto del patronazgo recae conjuntamente en el Santísimo Cristo del Perdón y en San Agustín (Obispo de Hipona y uno de los Padres de la Iglesia), cuya festividad se celebra cada 28 de Agosto. La festividad del Santo Cristo cada 14 de Septiembre se festeja, pero no con la idea de ser el Patrón más antiguo del pueblo, sino con la tradicional Quema de los Chozos, de la que ya he hablado.
Pero este Convento, o mejor su iglesia conventual que, por otra parte, es la única dependencia del mismo que conserva techo y paredes (es la dependencia mejor conservada del conjunto), cuenta con varios misterios no siempre fáciles de resolver. Para empezar, están los sucesos de las extrañas luces que se veían en la zona que hoy es el centro de la iglesia conventual, donde hay un pozo que ha dado mucho que hablar. Esos fenómenos lumínicos, paranormales para unos, mágicos para otros, misteriosos en definitiva, fueron reflejados en los textos que el Capellán Isidro Parejo Bravo entregó a Tomás López fechados el 25 de Febrero de 1786, en los que se hacía referencia a personas dignas de todo crédito que decían haberlos visto; él mismo dijo haber visto las luminarias allá por Julio de 1743. Incluso el Ilustrísimo Señor Don Pedro González de Acebedo, Obispo de Plasencia, se personó en Santa Cruz atraído por las citadas luces. Todo un acontecimiento sin duda, sobre todo teniendo en cuenta el momento histórico.
Estas luces, desde el punto de vista religioso, se atribuían a las que suelen aparecer en los lugares donde hay enterrados cuerpos de santos. De ahí que se pensara que bajo las tierras del Convento había escondidas importantes reliquias; sobre todo, y según la tradición de la época, se decía que en su recinto permanecían enterradas algunas pertenecientes a San Ildefonso (el que fuera Arzobispo de Toledo en el s. VII), además de un fragmento del Lignum Crucis (astillas de la cruz en la que Jesucristo murió crucificado). A tal respecto, en 1699 Fray Simón de San Agustín ordenó hacer excavaciones, ya que tener semejante reliquia otorgaría prestigio y poder, pero no encontraron nada. Y precisamente por esa falta de pruebas es por lo que se asignó el caso a Santa Rita, por ser Patrona de los Imposibles, a la que se rindió importante culto por todos estos alrededores, y aún hoy día hay importante devoción por esta Santa en muchos pueblos del entorno, desde donde vienen en peregrinación a Santa Cruz a rezar a esta monja agustina.
Actualmente se sabe que esas luces se originan a ras de suelo gracias a la oxidación de la fosfina y los gases de metano que resulta de la descomposición de la materia orgánica; también en el caso de cuerpos enterrados ya en descomposición, por eso no deben extrañarnos las declaraciones de algunas personas que, en el pasado siglo, decían que habían visto esas luces en lo que fue el viejo cementerio anexo a la iglesia, del que ya he hablado. Y en lugares telúricamente muy activos también pueden manifestarse focos de luz producidos por piezoelectricidad (corriente que se origina por el roce de rocas ricas en sílice), y que son propios de lugares con fallas geológicas en el subsuelo. No obstante lo dicho, estas luminarias aún sobrecogen a quien las ve, manteniéndose el halo de miedo y misterio en torno a ellas. No en vano han impresionado desde siempre, incluso favoreció que en aquellos lugares donde aparecieron en la antigüedad se desarrollaran ritos paganos y se considerasen puertas o lugares de conexión con el Más Allá, accesos a lugares infernales, de miedo y horror.
Todo esto, en definitiva, es lo que se ha dado en llamar fuegos fatuos, o ignis fatuus, cuyo origen no está exento de leyendas, pues antiguas tradiciones lo atribuyen a muertos penitentes que vagan en la oscuridad para expiar sus pecados; a recién nacidos muertos, que se quedan entre el Cielo y el Infierno; a espíritus malignos que por la noche acechan a los que entran en los camposantos para robarles el alma…
Pero hay también otros misterios que envuelven al Convento en un halo de magia y misticismo, como e pozo que existe (hoy cegado) dentro de la iglesia conventual. Ese pozo, con un brocal de cantería ricamente labrado con el símbolo de la Orden de los Agustinos tenía fama terapéutica ya en época tardomedieval, pues sus aguas sanaban varias enfermedades a quien las bebía, sobre todo la viruela, por lo que hasta él venían gentes de todas partes del reino, incluso de Portugal, buscando la sanación.
En 1896 D. Manuel Hidalgo (maestro del pueblo por aquel entonces) aseveraba que ese pozo de aguas milagrosas (llamado Pozo de Santa Rita), curaba la viruela de las ovejas infectadas con ese virus. Este pozo de aguas milagrosas quedó dentro de las paredes del Convento sin duda para hacer aumentar así la devoción de los que allí se personaban en busca de sanación.
Y es la presencia de ese pozo de aguas milagrosas la que determinó en su momento la orientación que tiene la iglesia conventual, porque es consabido que los templos cristianos suelen estar orientados al este, mientras que en el caso que nos ocupa la orientación es sur. ¿Por qué se diseñó así, rompiendo con la tradición constructora cristiana?. La respuesta es sencilla: orientar el templo al sur era la única manera de tener entre sus muros el susodicho pozo.
En 1835 se produjo la exclaustración. Tal era la mala relación de los frailes con el pueblo, que al quedarse vacío el edificio, sus vecinos se encargaron de destruirlo, respetando únicamente la iglesia conventual. Hoy, sus ruinas aún lucen majestuosas, con pinturas originales en sus paredes y con una atmósfera que perpetúa ese poso de misterio, sacralidad y leyenda del que ha venido haciendo gala a lo largo de la historia.