Los restos de esa antigua posada podemos contemplarlos en un terreno denominado “La Planta”, justo al borde izquierdo de la calle del cementerio, según se avanza hacia el mismo desde el pueblo, y donde se puede apreciar un edificio semiderruido y en claro estado de abandono, pero del que quedan en pie unos imponentes arcos de granito y restos de sus muros. Por una ventana que da a la calle podemos observar esta arquitectura medieval.
Es curioso, pero un capricho del destino y de los convulsos avatares de la Castilla del siglo XV puso a Santa Cruz en el mapa de los sucesos que entonces protagonizaba la alta nobleza. Este tranquilo pueblo, alejado de los centros de poder del momento, pasaría a formar parte de un histórico escenario de conjuras, traiciones y poder cuando Juan Fernández Pacheco y Téllez Girón, todo un potentado de la Corte de Castilla, Maestre de la Orden de Santiago y Marqués de Villena, se detuvo con su séquito en una posada para pasar aquí la noche, en Santa Cruz de la Sierra.
Este noble, conocido por su gran influencia en la política no solo de Extremadura, sino de todo el Reino de Castilla, así como por gozar de los favores personales nada menos que del Rey Enrique IV, hermano de Isabel (que más tarde reinaría y sería conocida por la historia como Isabel La Católica), viajó por estas tierras no solo por poseer en ellas villas, aldeas y castillos, sino también para resolver algunas intrigas políticas que traía entre manos, y ya de paso visitar a su primera hija ilegítima, Beatriz Pacheco, Condesa de Medellín. En su azaroso viaje pasó primero por Trujillo para tomar posesión de este Señorío obtenido gracias a la debilidad del Rey Enrique IV de Castilla, y en contra del alcalde de esta villa Gracián de Sesé, con el que trató todos estos asuntos de forma bastante dificultosa pues arrastraba ya una afonía galopante desde tiempo atrás, para continuar después su viaje y detenerse en Santa Cruz donde se alojó en una antigua posada (podemos ver los restos de la misma en la calle del Cementerio, en una parcela denominada La Planta), en la que pasó su última noche en el Reino de los Vivos, porque un 4 de octubre de 1474 se tiene como fecha oficial de su muerte, acaecida a sus 55 años de edad, supuestamente como resultado de un cáncer de laringe que venía padeciendo, aunque la otra versión, la extraoficial, la que casi siempre está en lo cierto, es que murió asesinado en Santa Cruz no de forma casual sino por esas intrigas y arrebatos que tiene el poder.
Las tensiones políticas del momento son palpables en tanto en cuanto uno de los nobles más poderosos del Reino no pernocta en una de las casas-palacio de la nobleza sino que lo hace en una posada. Crítica debía ser la situación para que aconteciera de esta manera.
En todo caso, volvemos a una vida truncada por un trágico episodio de muerte violenta, de un encuentro con el siniestro verdugo que llega de forma inoportuna, pero puntual, para arrastrar en su perpetua ronda a todo aquél cuyo momento ha llegado, sin importar fama o condición, pues por muy notable, rico y noble que fue Juan Pacheco, en ese momento fatídico no fue más que una simple mortaja para la Dama de la Guadaña.
Otra alma en pena más para estas tierras, aunque su cuerpo fue llevado a enterrar al Monasterio de Guadalupe de forma inicial, para ser trasladado años más tarde, ya definitivamente, al Monasterio de El Parral (Segovia).
De ese suceso políticamente relevante no se volvió a hablar, y el paso del tiempo se ha encargado de borrar toda huella de su estancia en este pueblo dentro de lo que fue su periplo por las Tierras de Trujillo. Hoy, solo las ruinas de esa antigua posada donde murió, nos recuerdan tan magno desenlace.